La relación actual entre el presidente Gustavo Petro, su ministro de Defensa y la fuerza pública en Colombia, un romance a punta de desconfianza, está marcada por una evidente tensión, que refleja un desajuste entre las directrices políticas del gobierno y el sentir institucional de las fuerzas armadas. Este conflicto no es simplemente circunstancial, sino el resultado de una serie de decisiones, discursos y posturas que han erosionado la confianza y el respeto mutuo entre la cúpula militar y el Ejecutivo.
La brecha ideológica y el impacto en la moral: Desde el inicio de su mandato, el presidente Petro ha dejado claro su enfoque de buscar una "paz total" mediante diálogos con grupos armados, como el ELN. Sin embargo, este acercamiento ha generado inquietud y rechazo dentro de las fuerzas armadas, quienes llevan décadas combatiendo a estos mismos actores. La percepción entre muchos uniformados es que, al ofrecer concesiones a grupos armados ilegales, el gobierno está deslegitimando el sacrificio de aquellos que han muerto o han sido heridos en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.
El nombramiento del ministro de Defensa, Iván Velásquez, tampoco ha contribuido a mejorar esta relación. Con una carrera como fiscal y magistrado, Velásquez es conocido por su lucha contra la corrupción, pero no es una figura que genere confianza entre los militares, quienes ven en su perfil un enfoque más judicial que militar. El distanciamiento entre la visión civilista del ministro y la militarista de las fuerzas armadas ha agravado las tensiones internas.
Desmotivación y desmoralización en la fuerza pública: El retiro anticipado de varios oficiales subalternos es un síntoma claro de la desmotivación que reina en las filas de las fuerzas armadas. Muchos perciben que las prebendas otorgadas a los grupos armados, como la figura de "gestores de paz", envían un mensaje contradictorio: los enemigos del Estado son premiados mientras quienes defienden la nación sufren bajas y son criticados. Esta política ha generado un ambiente de desmoralización, especialmente entre los oficiales más jóvenes, quienes no ven incentivos claros para continuar su carrera en un contexto en el que se sienten desprotegidos por el gobierno.
¿El presidente es caso el peor enemigo de la fuerza pública? El presidente Petro ha sido un crítico abierto del rol de las fuerzas armadas en el pasado, cuestionando no solo su papel en el conflicto, sino también su estructura y forma de operar. Estos cuestionamientos han sido interpretados como una falta de apoyo por parte de quienes integran la fuerza pública. La tensión llegó a un punto álgido cuando el mandatario insinuó la posibilidad de reformar la doctrina militar para adaptarla a un contexto de paz. Para muchos dentro de las fuerzas armadas, esto equivale a un desmantelamiento simbólico de su misión y esencia.
Además, los recientes ataques del presidente hacia sectores específicos de la fuerza pública y su negativa a condenar con firmeza actos violentos del ELN y otros grupos han consolidado la idea de que el jefe de Estado no respalda plenamente a sus propias fuerzas. Esto, unido a sus continuas referencias a golpes de estado y desestabilización, ha avivado la percepción de que Petro ve en las fuerzas armadas un enemigo interno en lugar de un aliado en la construcción del país.
¿Hacia dónde vamos? El panorama no es alentador. La desconexión entre el presidente y las fuerzas armadas parece profundizarse con el tiempo. Si bien Petro y su ministro de Defensa buscan reformar y modernizar las fuerzas, la forma en que han manejado la relación ha generado resistencia y, en algunos casos, abierta desobediencia entre los militares. Si el gobierno no logra tender puentes de diálogo y restaurar la confianza, el riesgo es una mayor fractura interna que podría afectar no solo la efectividad de las fuerzas armadas, sino también la seguridad nacional.
Columna de Opinión
Silverio José Herrera Caraballo
Abogado consultor en seguridad, convivencia y orden público
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