En Colombia, el sector lechero atraviesa una crisis profunda que amenaza el futuro de miles de familias campesinas y la soberanía alimentaria de todo un país. Los productores de leche enfrentan precios cada vez más bajos, mientras el mercado se inunda de leche importada y lactosueros que abaratan los costos para la industria procesadora, dejando a nuestros campesinos al borde del colapso.
El lactosuero, un subproducto de la industria láctea utilizado en otros países principalmente para la producción de proteínas y alimentos para animales, es el líquido que queda después de hacer queso. Aunque tiene nutrientes, se usa como ingrediente barato y, en Colombia, se ha convertido en una herramienta que permite a las grandes industrias reducir sus costos de producción al mezclarlo con leche para fabricar productos “lácteos” de menor calidad. Esto ha perjudicado directamente a los pequeños productores, quienes reciben pagos injustos por su leche y deben competir contra productos que llegan al consumidor con precios más bajos, pero con una calidad cuestionable.
Colombia importó cerca de 40 mil toneladas de lactosuero en el último año, lo que pone en evidencia la falta de regulación y control por parte de las autoridades. Esta cifra se ha duplicado en comparación con años anteriores, generando un impacto devastador en los ingresos de los ganaderos. A su vez, el precio pagado a los productores por litro de leche ha disminuido en un 20% en el último año, obligando a muchos a vender a precios que no alcanzan a cubrir los costos básicos de producción.
La política de importación de productos lácteos, que ha favorecido históricamente a las grandes industrias y cadenas comerciales, ha crecido en un 15% en los últimos 12 meses, superando las 80 mil toneladas de leche en polvo y lactosueros. Esta práctica reduce la demanda de leche local y deprime los precios internos, forzando a los productores a abandonar su actividad o a aceptar condiciones que los ponen en una situación económica desesperada.
El apoyo estatal ha resultado claramente insuficiente. A pesar de los constantes llamados de los gremios lecheros, quienes esta misma semana, el martes 24 de septiembre, se manifestaron en las puertas del Ministerio de Agricultura para expresar su preocupación, desespero e inconformismo, el gobierno ha demostrado una evidente falta de voluntad política para abordar esta problemática de manera efectiva.
Esta situación pone en evidencia la desconexión entre el discurso oficial, que enfatiza el apoyo a los sectores menos favorecidos, y la realidad de las políticas públicas, que hasta ahora han sido incapaces de brindar soluciones concretas y efectivas para un sector que enfrenta una crisis profunda. La respuesta gubernamental ha sido limitada y no ha estado a la altura de las necesidades de los pequeños productores, quienes siguen enfrentando un entorno de competencia desleal y una notoria precariedad económica.
Las medidas adoptadas, como la suspensión temporal de algunas importaciones, son paliativas y no logran detener la caída de los precios. En cifras recientes, cerca del 30% de los pequeños ganaderos están considerando dejar la actividad lechera si la situación no mejora en los próximos meses.
El gran perdedor en esta cadena es, sin duda, el consumidor. Los productos que llegan a la mesa son de menor calidad y, con frecuencia, esconden prácticas poco transparentes que rozan la ilegalidad. Según recientes denuncias de los gremios lecheros, más del 60% de los productos lácteos en el mercado contienen lactosuero, muchas veces sin un etiquetado claro que informe al consumidor sobre su verdadero contenido. Esta preocupante falta de regulación en el etiquetado vulnera las normas de transparencia y permite que los consumidores paguen por productos que no son lo que aparentan ser, violando su derecho a la información veraz y a la elección informada.
Otro factor que ha contribuido a la crisis es la difusión de información falsa sobre los supuestos perjuicios de la leche, que ha logrado permear en muchos hogares. A lo largo de la historia, la leche ha sido una fuente esencial de calcio, proteínas y otros nutrientes vitales, especialmente en la dieta de los niños.
Generaciones enteras han crecido con los beneficios de este alimento, que ha sido un pilar en la nutrición infantil y en la prevención de enfermedades como la osteoporosis. Sin embargo, campañas desinformativas en redes sociales y ciertos movimientos que promueven dietas sin lácteos han contribuido a desacreditar injustamente este producto, afectando tanto su consumo como la percepción pública. Es fundamental promover información basada en evidencia científica y recordar que la leche es y seguirá siendo, un alimento completo y valioso para el desarrollo infantil.
Es imperativo que el gobierno y los entes reguladores adopten medidas más estrictas para limitar la entrada de lactosuero y productos lácteos importados, proteger al productor nacional y asegurar la calidad de los productos que consumimos todos los colombianos. Sin un apoyo decidido y contundente por parte del Estado, el futuro del sector lechero está en riesgo, y con él, el sustento de miles de familias campesinas.
La crisis del sector lechero no es ni ha sido nunca culpa de la vaca.
La responsabilidad recae en quienes toman las decisiones políticas y económicas, que priorizan la ganancia rápida sobre la sostenibilidad del campo colombiano. Es hora de cambiar la narrativa y reconocer que, sin un apoyo real y efectivo, estamos sacrificando uno de los pilares de la economía colombiana. ¿Hasta cuándo seguiremos sacrificando nuestro campo en favor de intereses ajenos? El futuro del sector está en juego, y es hora de preguntarnos: ¿quién realmente está ordeñando a Colombia?
Columna de Opinión
Sebastian E. Caicedo Gonzalez
LA REACCIÓN PRENSA
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