"Papás, lo que se quemó, se quemó..." Fueron las palabras que escuchamos de la médica que atendía a nuestro hijo después de un estatus convulsivo que duró una hora y media.
Tomás tuvo un nacimiento completamente normal: peso, talla y signos vitales habituales. Durante sus primeros tres años, tuvo un desarrollo similar al de cualquier otro niño de su edad, pero había algo que no era tan "común". Tomás sufría de convulsiones febriles que le provocaban episodios de hasta cuatro minutos. Cada vez que pasaba por un virus o infección, sabíamos que tendría una convulsión. Su neuropediatra le hacía seguimiento desde los seis meses, pero Tomás no sufría ninguna afectación en su sistema nervioso a pesar de los episodios convulsivos.
Todo cambió cuando, a causa de una bronconeumonía, un virus sincitial y un adenovirus, Tomás sufrió un estatus convulsivo que le generó una hipoxia cerebral, lo que resultó en un retraso cognitivo. Tomás estuvo un mes en estado de coma, entubado y sin ningún pronóstico favorable.
Al despertar, después de múltiples exámenes, intervenciones y evaluaciones médicas, Tomás debía comenzar de cero. No tenía control cefálico, no emitía sonidos y tampoco nos reconocía. Solo tenía una mirada perdida y una hermosa sonrisa.
Los médicos nos decían que Tomás NUNCA sería el mismo. Nos explicaron que su cerebro había sufrido tal daño que lo único que podíamos hacer por él era brindarle calidad de vida, sentado en una silla neurológica, y velar para que, quizá, pudiera llegar a tener una vida cómoda.
Desolados, tristes, deprimidos, frustrados, pero con mucho amor y fe, decidimos comenzar sus terapias de rehabilitación. Sin embargo, llegamos a un punto en el que Tomás no evolucionaba al ritmo que esperábamos. Consultamos al médico, y nos explicó sobre la neuroplasticidad, sugiriendo que Tomás quizás ya había alcanzado un límite.
Gracias a las investigaciones de su mamá, conocimos el cannabis. Una doctora especialista en el tema nos habló de una terapia con aceite de cannabis que podría ayudar a Tomás. Nos enfrentamos a la difícil decisión de apostar todo: "¿Le vamos a dar marihuana a nuestro hijo?". Para nuestra sorpresa, el aceite de cannabis mejoró la rehabilitación de Tomás.
En aquella época, el cannabis medicinal no era muy conocido como alternativa terapéutica, pero, sin otras opciones, decidimos comenzar. Le administrábamos dos gotas de aceite de cannabis debajo de la lengua cada 12 horas. Los primeros días no vimos cambios relevantes y pensamos que no funcionaría, que ya no había esperanza.
Fue luego de una semana y media que las terapeutas comenzaron a ver cambios en él: Tomás estaba más atento, tenía mejor equilibrio, y, cuando menos lo esperábamos, comenzó a gatear. Después de no querer ni levantar la cabeza, ¡Tomás estaba gateando!
Saltamos, celebramos y comprobamos que muchos médicos se habían equivocado. Poco
después, sin mayor esfuerzo, logró levantarse e intentó caminar. Para ese entonces, le habían formulado un caminador, pero Tomás ya daba sus primeros pasos sin ayuda ni soporte.
Aunque no se puede restar mérito al esfuerzo de todas las terapeutas, pudimos evidenciar cómo la planta había ayudado a Tomás. Desde entonces, decidimos con su mamá que el cannabis sería su medicamento principal. No solo comprobamos cómo ayudó en su rehabilitación, sino también cómo sus crisis convulsivas fueron disminuyendo y cómo la inflamación en su cabeza por la hipoxia se fue reduciendo.
Ningún médico lograba explicar cómo Tomás había tenido una rehabilitación tan completa y cómo, contra todo pronóstico, estaba retomando su vida.
Hoy, Tomás tiene 13 años. Es independiente en un 70%, hemos logrado retirarle todos los medicamentos alopáticos convencionales, asiste al colegio, come solo, camina y se desenvuelve como un niño regular. Es muy ordenado y estricto con el lugar de sus juguetes.
Y lo más importante para nosotros como padres: no ha vuelto a convulsionar desde hace bastante tiempo.
Articulo sobre los retos de la discapacidad
Carolina Cuervo
LA REACCIÓN PRENSA
Comments