En reciente columna de opinión, el escritor Colombiano Juan Esteban Constain, señala que a la actual dictadura de la empatía, le llegó el turno a la literatura de Roald Dahl, célebre autor de obras infantiles como “Matilda”, “Las Brujas”, “Charlie y la Fábrica de Chocolates”, entre otros títulos. La editorial de Penguin Random House, y en asocio con un grupo de “lectores sensibles”, si, asi como usted lo está leyendo, de una organización llamada “Inclusive Minds”, que tiene por objetivo la excesiva idiotez de la inclusión y la diversidad, llegaron al punto de la censura más ruin y decante de la modernidad.
Términos como “niño gordo”, “feo”, “monstruo”, “vieja bruja” y demás expresiones propias de la literatura, para describir personas con características hipérboles, que terminan siendo formas del ingenio creativo de la fantasía o incluso de una sátira de la misma realidad, fueron completamente cambiadas o incluso quitadas de su sentido original. Por ejemplo, en el personaje central de la maestra Tronchatoro de “Matilda” ya no tendrá “una enorme cara de caballo” como lo señala el texto original sino que ahora será simplemente “una cara enorme“. O cuando en el libro de “Las Brujas” se señala la calvicie de una de sus antagonistas, inmediatamente se le agrega una frase que el autor jamás escribió en el texto original, que las mujeres son calvas por otros motivos.
Los “lectores sensibles” son un auge reciente en la literatura, ante la avanzada del nefasto progresismo, fraccionador de la sociedad, cuya labor es meramente subjetiva puesto que revisan bajo su experiencia personal, qué términos o frases se consideran “ofensivas”, para el grupo “minoritario” o etnico-cultural al cual pertenecen. Muchos de ellos pretenden redibujar el panorama de la realidad, cambiando o incluso, mutilando frases enteras de un texto que expresa situaciones o personajes que hacen parte de la vida diaria.
Los niños no son tontos, ni mucho menos son lectores inútiles que no puedan diferenciar frases que sean de una realidad vivencial a una fantasía descriptiva en la literatura. O incluso que no puedan hacer parangones en los relatos, ni juicios de valor ético y moral de cada personaje, es realmente absurdo construir un velo patético que al final claudica la creatividad. Precisamente, Roald Dahl consideraba que los niños son lectores muy exigentes que no se conforman con cualquier clase de historia, son apasionantes e maginativos y por ese motivo, él siempre se esforzaba por crear tramas interesantes o peligrosas y con personajes particulares, que al final con mucho ingenio, lograban superar una serie de dificultades.
La “corrección política” término tan ambiguo como del “mamerto”, ha tomado relevancia a raíz de este tipo situaciones en donde aspectos de la cultura, como es el caso de la literatura, están sufriendo una grave intervención de seres “sensibles” que no pueden aceptar la realidad y por ese motivo construyen velos de ignorancia paupérrimos.
Necesitamos mucha educación, pero una educación integral basada en una pedagogía del pensamiento, en donde se logre un sentido de la infancia interior, por la búsqueda de la curiosidad, insumo principal de la creatividad, eso incluye por supuesto, decir las cosas tal cual son, así hieran susceptibilidades moralistas de todas las corrientes políticas de esta miserable modernidad.
¡Dejen a Roald Dahl en paz!
Columna de opinión,
William S. Rojas R.
Analista Político y de Prensa
Director del Movimiento Identitario de Colombia
Presidente de la Mesa Técnica de Comercio Formal e Industrial
Estudios en Filosofía, UNAD.
Redes sociales: @rojaswilliamr
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